jueves, 22 de abril de 2010

Betina











Betina se quedó ensimismada mirando la miel.
"Para producir medio litro de miel las abejas tienen que visitar entre dos y cuatro millones de flores recolectando néctar. Luego tienen que llevar ese néctar al panal para convertirlo en… " pensó, y al mismo tiempo metió la cuchara, una cuchara de madera, por supuesto, dentro de la miel y se la llevó a la boca.
"Cada abeja tiene que volar sobre unas mil flores para llenar su estómago. Y se necesitan sesenta estómagos de abeja para llenar esta cuchara", continuó elucubrando Betina, sin dejar de saborear la exquisita miel que acababa de comprar.
- ¡Es perfecta! –exclamó.
- ¿Quién es perfecta? –preguntó André.
- La miel.
- ¿La miel?
- Sí. La miel. ¿No quiere darle algo maravilloso, señor André? Pues ofrézcale miel de los altos desiertos de Sonora.
- Pero hablábamos de la cena, Betina –aclaró André, que conocía muy bien las extravagancias de su cocinera.
- La cena debe ser ligera. Podemos hacer una ensalada. Y como postre serviremos fruta con miel.
- ¿Una simple ensalada, Betina?
- No tan simple. Llevará albahaca recién cortada y la acompañaremos con patatas biológicas. A mí me parece bien. ¿Y a usted?
- Yo qué sé, Betina. Y para qué voy a opinar si harás lo que quieras, como siempre. Voy a traerte lo que pueda –dijo André, refunfuñado. Y salió a la terraza.

Vivían en un ático y tenían mucho espacio. De modo que plantaron una huerta en los altos de su buildinng de Manhattan: Tomates, lechugas, hierba buena, albahaca…, todo crecía cerca del cielo, en pleno Battery Park. ¿Quién lo iba a decir?, alguien como André, por supuesto:
Por qué no. En New York todo es posible –había dicho-. Pero… ¿Y el invierno? ¿Qué haremos en invierno?, -había preguntado Betina-. Eso tiene arreglo –opinó André-. Vivimos en el siglo de la tecnología.
Y gracias a la tecnología y a una suculenta suma de dinero, invertido en filtros de aire y medidores de temperatura, realizaron el insólito proyecto.
André fue elejido encargado de recoger la cosecha. Betina, responsable de la siembra, mientras Isaac limpiaría la huerta. El riego quedaba a cargo de un sistema automático que calculaba milimétricamente el porcentaje de humedad. También contaban con la ayuda de un agrónomo que conseguía la mejor tierra, las mejores semillas y todos los nutrientes naturales necesarios; de modo que obtenían un cultivo de calidad y ecológico.
André sabía perfectamente qué piezas escoger por el olor. Su olfato se había desarrollado en la misma proporción que había menguado la vista. Eligió los mejores ejemplares y se los llevó a Betina que continuaba abstraída en su mundo de flores y de miel:
"Si hacen falta mil flores para llenar un solo estómago de abeja, ¿cuánto tiempo hará falta para que una pequeña abeja consiga llenarse? Mil flores son muchas flores. Nosotros tenemos flores y yo trabajo duro para cuidarlas. Pero mil flores no tenemos, quizás tengamos unas cien o doscientas, pero mil no, eso no, por supuesto… ¿O será que la misma abeja liba muchas veces en la misma flor?" continuaba inquiriendo Betina cuando regresó André.
- ¿Usted cree que una flor tendrá néctar y polen suficiente para alimentar a varias abejas, señor André? –preguntó Betina, muy preocupada.
- No sé, Betina, pero te lo responderé más tarde. En cuanto regrese Enrique lo buscaremos en la enciclopedia –dijo André, con ternura. Sabía que su querida cocinera estaba nerviosa por la perspectiva de una invitada. Cuando esto ocurría Betina canalizaba su inquietud haciendo todo tipo de preguntas insólitas.
- Yo sé que el polen es el alimento más perfecto de la naturaleza y que es el pan de las abejas –continuó Betina-. Pero no sé cuánto polen tiene una flor.
- ¿Y por qué te interesan tanto el polen y la miel, Betina?
- Porque quiero darle a Camila lo mejor, señor André. Y me han dicho que el polen de los desiertos de Sonora, debido a las condiciones extremas en las que viven las plantas, es el mejor que tenemos en Norteamérica. ¡Imagínese, señor André. Un polen súper enriquecido cuando el polen en sí ya es el alimento más perfecto de la naturaleza! –dijo Betina, con gran entusiasmo.
- Le pediremos a Enrique que lo busque en la enciclopedia. No te preocupes.
- Nos va a dar la lata. Yo no se lo pediría.
- ¿Por qué, Betina?
- ¿Mil flores para llenar un sólo estómago de abeja y sesenta estómagos para llenar una cuchara? Dirá que somos unos explotadores de abejas. ¿No cree, señor André? Y lo malo es que no nos dejará comer miel tranquilos.
- Tienes razón, Betina. Entonces se lo preguntaré a Román, que es menos escrupuloso.
- Después de todo, las abejas se lo pasan bien entre las flores, libando y libando todo el tiempo… ¿No cree, señor André?
- Claro que sí, Betina, claro que sí –dijo André con paciencia, aunque un poco cansado-. Haz la ensalada como quieras. Seguro que nos sorprenderás. Yo escucharé la radio hasta que llegue Camila. ¿Me avisarás en cuanto estén aquí? –preguntó André y se marchó sin esperar la respuesta.
"Esta miel se produce en Arizona. Sin someterla a calor, productos químicos o filtros de amianto, para preservar sus excelentes cualidades", leyó Betina, y volvió a meter la cuchara de madera dentro de la miel.