miércoles, 6 de abril de 2016

LA ACADEMIA DE LAS MUSAS José Luis Guerín



LA ACADEMIA DE LAS MUSAS 
José Luis Guerín

Me fascinó esta película. La belleza de las conversaciones y los rostros en busca de la palabra que pueda representar el pensamiento y comunicarlo al otro, la inevitable derrota de los gestos que delatan el desencuentro y el malentendido, los planos de los personajes detrás de un cristal que los desfigura, diluyendo su imagen y revitalizando la palabra; esa forma de filmar las escenas, donde se conversa dando la espalda, acentuando el valor del sonido y de la voz y de la música como elementos primogénitos en la constitución del mundo que llamamos humano, y la posibilidad de convocar al sonido -como canto que es refugio- en ese lugar donde el decir topa con la impotencia. 

La búsqueda del camino de la vida del personaje principal, un profesor de literatura, está entretejida con la palabra que pueda nombrar su deseo, y a través de él, su existencia. Una palabra capaz de ponerse delante como una musa, una inspiración o una Ítaca, y que nunca podrá alcanzar, aunque la invente -como hizo Dante- y le adjudique la imagen de un divino detalle esfímero: el brillo en la nariz. Todo invento, en la perspectiva de la muerte, constituye un copo de nieve.

El profesor hace su viaje en un barco que naufraga en el malentendido, sabiendo que ése es el único barco posible para él. "Del lenguaje no se sale", nos dice. Inventar o morir, he pensado yo ante este drama; y, a veces con pasión, y otras con resignación, el profesor inventa un pacto de muerte, una visita al averno, una conversación con la pitonisa, unos sonetos que solo verán la luz tras su muerte.

Con "La academia de las musas" volví a mis clases de literatura, al momento donde experimenté mi propia vitalidad para alimentar un discurso en el cual alojarme como persona; un discurso construido y deconstruido, a veces junto a otros, y a veces contra otros, incluyendo los múltiples matices que caben entre estos dos extremos. Refresqué esa sexualidad que se mezcla con la conversación, esa forma de desnudar los cuerpos para facilitar la cópula de las voces. Y por sobre todo la sexualidad como pulsión, alejada del instinto, donde el acto alimenta el relato de la propia existencia y saca a la palestra las grandes preguntas: ¿Qué quiero? ¿Cómo amo? ¿Hasta dónde podré ceder antes de morir?

Sentí una gran tristeza por la soledad subjetiva del profesor, un sujeto entretejido, y en cierto modo asfixiado, por el conocimiento de su propia materia: la poesía. Un creyente ateo, militante de la palabra que le da vida, mientras sabe y experimenta -en el acto de la escritura y en la demanda de la musa viva- que la palabra está muerta: No hay nada que hacer, "La poesía es un diálogo con los muertos". 

Creo que esta película remite a esa soledad que nos embarga cuando nos embarcamos en la búsqueda del sentido de la existencia, y desde este ángulo me vi sumergida en una experiencia literaria de gran fuerza. Experimenté la película como un espejo en el cual se nos invita a colocarnos en el punto de fuga del sentido, y me acerqué al personaje principal como a un sujeto desamparado por el saber y en busca de un interlocutor. Un personaje frágil que pide auxilio a su manera, mientras sabe que no hay alguien al otro lado. El lenguaje no responde. La palabra mata la cosa. Nos queda el consuelo de la música. Imitar los sonidos de la tierra en ese momento de extasis que nos sumerge en la inconsciencia convocada por las voces sin mensaje de los cantores/pastores.