lunes, 21 de mayo de 2012


Las nieves del Kilimanjaro de Robert Guédiguian
o Las vicisitudes de una revista que retorna a las manos de un niño



















Con agradecimiento a todos los participantes en la tertulia de cine El séptimo que estuvieron en el café Isadora de Madrid y sin los cuales estas reflexiones no hubieran surgido, hago mi comentario:

Lo que no funciona, lo que hace sufrir, aparece asociado a lo laboral en esta película; que rompe, en la primera escena, con un sorteo, cuyo frío sudor y silencio electrifican la oscuridad de la sala.
Me siento descompuesta, y para tranquilizarme pienso que antes hubieron palabras, quizás se habló hasta el agotamiento, y ya no quedan fuerzas para seguir buscando a través de la razón; por eso, lo que está en juego, sea lo que sea, que aún no lo sabemos, se pone en manos del azar como si se tratara de un Dios del post agotamiento.

A continuación descubrimos que lo que estuvo librado al azar fue la supervivencia, el pan nuestro de cada día, el trabajo; que es lo mismo que decir, la dignidad.
La dignidad de varias familias donde destaca una, la de un sindicalista-héroe, cuyo acto de coraje se consume en incluir su propio nombre en la urna (que también es funeraria), para no escamotear el bulto a la mala fortuna, si bien la suya propia no será tan mala porque accederá a la prejubilación.

Más tarde la vida parece continuar, pero hay algo oculto, algo que empuja desde un cajón cerrado hace mucho tiempo: Hubo una vez un niño que tuvo una revista donde leyó su destino. Al niño, otro niño, un amiguito, le quitó la revista y la guardó en un cajón. He aquí el hilo conductor de mi comentario, aunque, por ahora, se haga necesario volver al argumento.

En el segundo tramo de la película, olvidado el reciente sorteo, la vida sigue y exhibe, desenfadadamente, su florecer. Después de una existencia marcada por la solidaridad y la lucha, el sindicalista alcanza la recompensa: "Ya puede dormir bajo las nieves del Kilimanjaro", como dice una canción que suena con voz juvenil.
En ese momento feliz (después de treinta años de amor), este hombre recibe en sus manos tres objetos: Uno, el pasaje hacia un sueño reparador. Dos, dinero. Tres, la revista de Spiderman en la que se tejió su deseo infantil y sobre la cual escribió su nombre, Michel ...., marca que distinguirá esa revista de otras como un objeto que le pertenece y lo representa.

Entre los invitados a la celebración de la vida, los compañeros de trabajo y la familia.
¿El escenario?, el local del sindicado, hecho que llama la atención. Aunque, ¿podría ser de otra manera cuando el ideal de este hombre está construido sobre el suelo de ese lugar?
Se revela una contradicción, obviamente, un local sindical no debe ser utilizado para fiestas personales; sin embargo, ¿no es esta misma contradicción la que tensa la conciencia del sindicalista, que no pudo controlar ciertos deslices -las sutilezas, lo inevitable, los detalles, como el usufructo indebido de este local-, al llevar adelante su función?

La fiesta parece representar la meta alcanzada por un caballo que llega "Manso y Sobón", acompañado por otros personajes igualmente mansos; pero, entre los presentes, si bien no hay indignados, hay quemados. Un joven dispuesto a prender fuego a la nave que quiere zapar sin él.

La película describe al joven con explosivas pinceladas: Un juego de azar, aceptado por sus compañeros sindicalistas, provoca que pierda la posibilidad de ganarse la vida. Tiene a su cargo a dos hermanos pequeños, abandonados por una madre irresponsable, a los que cuida con amor. Roba a su propio compañero (con violencia aunque con un arma de juguete), cosas que parecen desligadas del registro de la necesidad, donde el ladrón se siente atrapado: Dinero y tarjetas bancarias, relacionadas con supercherías burguesas, un pasaje hacia un sueño reparador bajo las nieves del Kilimanjaro, y una revista de Spiderman.
¿Por qué esta revista y no otra cosa de más valor económico?, me parece una pregunta  pertinente, y considero interesante decir que este joven, que se ha quedado sin suelo bajo los pies, se lleva al hombre araña entre las manos, acto gracias al cual la revista sigue tejiendo su red.
Con lo recaudado el joven paga las cosas indispensables, las que deberían ser un derecho: Vivienda y comida, mientras es estafado por un compinche que se queda con más dinero que él.
Más tarde propone seguir robando, ahora a quién le cobró el alquiler; hasta que cae en manos de la justicia, representada por unos "polis" tan violentos que para detenerlo lo tiran al suelo, si bien luego (después de haber escuchado), muestran su humanidad.
El ladrón se declara culpable, y recrimina al compañero sindicalista y víctima del robo y de la agresión, haberlo traicionado ante la patronal.
Por último, cuando dice lo que piensa: "Que el sindicalista es un vendido", recibe un buen golpe.

El robo violento cambia el rumbo de una familia que se mecía hasta ahora acunada por Marie-Claire, madre clara y hasta preclara, que sopla y se baja si es necesario (ella no tiene pereza), para empujar una nave que va hacia adelante, siempre.

No obstante, al sindicalista, algo le chirría. Él mira sus logros desde el balcón de la felicidad con unos ojos tristes, que le devuelven la escena de su vida como una imagen que no encaja en el espejo de sí mismo.
Otra imagen que le calza mejor, y lo hace sonreír, es la de la revista con la figura de Spiderman. Y, agarrado de esta revista, se va moviendo su deseo, pasando de mano en mano hasta ponerse en un camino que podría ser de vuelta; al menos el de dar una nueva vuelta sobre esa cosa que lo angustia cuando se pone en juego.

La revista es como la posta en una carrera hacia la meta que consiste en devolver el mundo a su eje.
Después de la gran hecatombe desencadenada por el robo, con el mundo personal patas arriba; incluida Marie-Claire, que se refugia en un par de copitas de alcohol contra los males de la vida. Bueno, después, nuestro sindicalista, que si algo tiene de héroe es su deseo de comprender y comprometerse, se pone en marcha.
El azar (empujado por el deseo), lo sube a un autobús donde coincide, de frente, con los nuevos portadores de la revista, y, cuando los sigue, descubre que el trauma no tiene límites: El ladrón es un compañero de trabajo.
El obrero robando al obrero. Un nuevo síntoma social que pone al descubierto un agujero en esa  telaraña que debería permanecer intacta para asegurar la supervivencia: La ética.

Denuncia.
Revelación de un saber sobre un drama humano.
Intento de contradenuncia.

La confrontación con este acto inasimilable conmueve a estos personajes de tal manera que entienden que algo de lo anterior debe ser revisado a fondo.
No hay tiempo para dormir bajo las nieves de Kilimanjaro.

La vida despierta. Siente. Piensa. Y, simultáneamente, la pareja elige la solidaridad, el amor, y el compromiso, la red tejida por la araña de la propia vida, la única en la que pueden dejarse caer. Telaraña que sin embargo, está fallida, pues no vale para retener a los hijos.
Pero, la araña sigue tejiendo, y la revista de Spiderman vuelve al hogar, donde ahora hay dos nuevos niños que representan, quizás, la esperanza de hacerlo mejor esta vez.

No quiero evitar copiar un cuento africano en este lugar (es un desliz romántico que quizás no encaje aquí, pero...).
No sé quien lo escribió, y dice así:
Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y les dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas.
Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos a disfrutar del premio.
Cuándo él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: Ubuntu, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?
Ubuntu, en la cultura Xhosa significa: Yo soy porque nosotros somos.

Obviamente esta película de Guédiguian habla de una cultura diferente. No obstante muestra, a través del hilo conductor de la revista, que cuando estuvo en el camino, la huella que señala el deseo, al reaparecer, reorienta al sujeto.