sábado, 19 de octubre de 2013

Sobre los que no tenemos una vida buena

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Quien os habla espera cobrar sus derechos de autor para realizar un sueño antiguo, visitar el África subsahariana.
Para hacerlo tendrá disponible el mes de agosto, época de lluvias y calor por aquellas tierras, con lo cual le tocará vivir sumergido en un caldo húmedo.
Este hombre se prepara. Así es como vive.
En el julio sofocante de Madrid decide pasear entre las doce y las dos de la tarde con bufanda de lana y gorra, de lana también. Poco a poco va agregando prendas como se suman minutos en un programa deportivo. Primero los guantes, después los calcetines y las botas de nieve, hasta incorporar un plumas, que considera el punto óptimo y final de su entrenamiento.
El veinte de julio se comprueba capaz de caminar con todo aquello, sin desmayarse y a pleno sol por las calles de Madrid. Para él es una buena señal -se sabe preparado- y solo le queda mantener ese ritmo hasta final de mes, momento en el cual tiene previsto partir, después de cobrar, condición sine qua nom.
Eso no ocurre y este tipo -yo mismo- me veo obligado a viajar más cerca. 
Mi presupuesto se apea en un pueblo de España. Lo más al sur posible.


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Sin derramar una gota de sudor paseo por allí, como hacen los pobres, masticando bocadillos. Me siento a la sombra de una palmera, y me consuelo con Estar.
Poco después algo en mi lengua chirría. ¿Un toque de barbacoa en un bocadillo vegetal? Me arranca de mi extrañeza la imagen alucinada de un coche -improcedente en una zona de peatones-, imagen traída de la mano de algo que flota en el aire desplazando al olor del mar, se trata de un olor a gasolina.
A la vez un alarido tira de mí como aquel deseo de visitar el África, que aún conservo. Quizás porque es gratis, corro, y porque estoy entrenado, llego -sin derramar una gota de sudor-.

Una bola de fuego. Un hombre que ha decidido convertirse en tronco de leña sin esperar al invierno. Yo en camiseta, a pocos pasos, recobro la memoria de eso que llaman calor.
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