sábado, 26 de junio de 2010

“Poesía, género innegociable”, de Ismael García Abad.


Lectura en cuatro tiempos, por Sara Veiras.


Una grata sorpresa. El poema se titula: “Poesía, género innegociable”. Título de mi gusto. Poco democrático, quizás. ¿Soy democrática? ¿Lo es el mundo en que vivimos?
Grata sorpresa, repito, ante el nervio del primer tiempo y sus profundas y genuinas preguntas: ¿Cómo escribir? ¿Qué escribir?
Grandes preguntas que pueden orientar como las brújulas el viaje incierto del poeta.
Preguntas hechas en el orden correcto.
Lo primero, en cuanto a escritura se refiere, es el Cómo. Ahí tenemos el estilo. Luego vendrá el Qué . Sin ser menos importante, secundario si nos ocupa el fundamento. Y este poema interroga al fundamento. Se aboca desde el inicio al hecho conceptual. Desde el título nos confronta al concepto Poesía, y habla de género –y yo pienso en Modo de Ser-, Ser que en la voz del poeta no admite concesiones.
Con un título y dos preguntas ya estoy dentro del poema.
Me sumerjo en el corazón de quien busca construir los cimientos del verdadero y único hogar innegociable: Su sí mismo. Entonces llega la segunda sorpresa.
La campanada que abre a otra dimensión.
Me quedo atónita.
De la interrogación salta a la contundencia. Un salto acrobático. La voz alcanza la cima y habla desde lo alto. El poeta marca una separación entre Su sí mismo y el Otro: Que no le engañen, le dice, y hasta le grita. Habla alto y claro.
¿Nos advierte a nosotros, lectores tentados a escribir?
Este segundo tiempo marca una elipsis, porque léase bien, entre esas dos primeras preguntas, y ese Que no le engañen, hay un saber construido. Saber que permite un cambio radical, y el que habla pasa de preguntar a dar respuestas en un tono innegociable.
Consejos expresados mediante la negación.
La negación es un universo con reglas propias –no se olvide que soy psicoanalista-. Y ante mis oídos el poeta desfallece. Este segundo tiempo es el tiempo del desmayo que se compensa con el grito.
Aconsejar mediante la negación implica moverse en la oscuridad.
No vaya por ese camino, dice, pero aún desconoce el camino a seguir.
Entonces llega el tercer tiempo. Momento que leo en mayúsculas. Momento sublime. Me siento en un trampolín. Ahora el poeta me habla al oído y lo hace en minúsculas, porque habla de algo íntimo y que atañe a su Sí mismo.
Dice: escriba en clave recordando su significado.
Así nos llega el primer consejo afirmativo, y habla de una clave.
La poesía existe como clave leerá quien sepa entender.
Quizás resulto pedante, pero aquí hay conceptos y los conceptos me apasionan:
Escritura y trampas. Trampas imborrables. Valores Simbólicos… Todo ello asociado al peligro de Patinar.
Me siento a gusto. El universo significante gira en torno a la escritura. El que habla esta concentrado, y yo, que leo rumiando, me siento agradecida.
El que habla también rumia su asunto y no se va por las ramas. Se atreve con grandes conceptos. Retoma el nervio del inicio.
Esta voz se llena la boca sin miedo y con palabras de peso.
¡Qué alegría! Ningún “tarro de mermelada” le cierra el camino.
Nada de “ojala llegue a enamorarme mucho”. “sábanas. vientres. tu nariz y tus cejas”.
¡Qué cansada estoy de esa moda de la sencillez que practican los jóvenes “poetas” españoles!
Respiro.
Y al final el espectáculo. Ninguna sinceridad o sentimiento justifica descuidar las connotaciones de esa palabra . Sea cuidadoso, nos advierte, y yo veo fuegos artificiales.
La palabra tiene connotaciones, he ahí el espectáculo que atañe al poeta, sépalo usted y no perderá el rumbo.
En el cuarto tiempo, pues este poema se apoya en cuatro patas como una buena mesa en la cual se pueden hincar los codos, vuelve la interrogación en un movimiento de redondez que me gusta tanto como eso de innegociable.
El poema ha sido escrito y ahora Qué es.
¿La propia vida del poeta?
¿Un engendro que quita el sueño?
Desvela como una frase inviable.
Se ha impuesto con voz propia como hace un poema favorito.
Es obra viva y nos arroja hacia la primera vez.
Los puntos suspensivos del final sugieren que lo innegociable resulta inquietante…

Se mueve como un punto fijo anclado en la primera vez.