jueves, 14 de marzo de 2013



Una experiencia poética.
Al tesoro del lenguaje le falta una joya.
Sara Veiras

Ayer estuve visitando Montevideo y tuve la oportunidad de conocer un lugar maravilloso. Me invitaron a la Casa de la Cultura Afrouruguaya ubicada en Minas con Isla de Flores.
Participé, sin esperarlo, en una conferencia donde se debatieron las cuestiones del lenguaje inclusivo y el otro, vinculado al racismo. La conferencia tuvo un contenido dialéctico y visual muy interesante.
Por lo tanto quedé pensativa y, como poeta, trasladé la experiencia a mi propio lenguaje: el poema surge a partir de la impresión que deja una experiencia que conmueve.

Me dije, están buscando la palabra que borre el dolor, es más, cuanto más la buscan más se arriesgan a reavivar el dolor. Esta es una experiencia poética en toda regla. Aquí tengo algo que decir, que también es mi forma de agradecer -fui acogida con muchísimo cariño, quizás como sólo puede ocurrir en Montevideo-.

La historia tiene su precedente, me acerqué allí con la intención de hablar de música, el hogar en el que me refugio cuando ese cofre de joyas que es el lenguaje me escatima la palabra que me falta y que conseguiría alojarme.
Sin embargo encontré una comunidad en lucha por borrar el racismo de las mentes y que, en el intento de encontrar la palabra que pueda representar su diferencia desde el respeto, encuentra escollos inesperados.
Esta es la vertiente que quiero desarrollar en la presente reflexión.

¿Cómo hacerlo aportando mi propia diferencia, quiero decir mi forma particular de relación con un lenguaje por el cual también estoy herida -empujada a la poesía- y del cual espero una representación?

Para desplegar este drama imaginé un cofre de joyas en el cual falta una, la que falta tiene un valor especial justamente por ser la que falta. La poesía es el intento más radical que conozco de encontrar esta joya-palabra, la música es el invento más certero que concibo para fabular que se la ha encontrado y que se disfruta de ella en un instante de olvido, que no esta acotado ni por el espacio ni por el tiempo.

El hilo de esta reflexión me conduce a tres momentos:

1- Un tesoro -el lenguaje- donde falta una joya.
2- Poesía: lo inevitable de buscar esa joya -la palabra que borre el dolor y a la vez represente al ser en su veracidad-.
3- Música: la fabulación del encuentro, un placer efímero aunque reparador y que deja una huella imborrable.

Ayer me vi inmersa en una experiencia poética, como dije, y este es el pivote desde el cual haré bailar mi voz. Yo elijo la poesía porque es rumbo a lo desconocido y considero que algo de desconocido tiene el lugar donde podría encontrarse esa joya que buscamos.

Joya( )Ítaca, diría pensando en Kabafis.


Tengo entre mis manos un joyero, luzco las joyas, algunas me sientan bien pero en una mala hora me las roban, me aguijonea la nostalgia, vuelvo a buscar, no encuentro lo que quiero, pruebo y pruebo, alguna puede ser pero algo me incomoda, descubro que no luzco como aquella vez, como merezco, la imagen revela una falla, una incomodidad, la joya no satisface mis deseos. Es más, hay otros espejos, miradas, ojos que miran torcido, que me mortifican señalando mi joya como fea.

La inquietud es profunda, es la mía propia y la de mis ancestros. Personas del África Subsahariana esclavizadas en tiempos de barbarie que llegaron a estas tierras traídos a la fuerza, desde el otro lado del agua y de la cultura.

¿Tiene esta herida una posibilidad real de sanar?

A esto no puedo responder, sin embargo creo que es importante seguir la huella de esta herida como motor de una búsqueda que tiene efectos valiosos.

Esta herida marca una huella cultural que es huella de lenguaje, pues cultura y lenguaje son las dos caras de esa joya que es digna de representar al propio ser.

Vuelvo a la experiencia poética pues considero que el paralelismo es revelador:

La herida abre en lenguaje y el lenguaje abre en poema. Palabra en la que se puede leer el destino en su emoción.

La herida supura en lenguaje, como el capullo abre en flor, en flor hermosa, en flor que cambia, que se marchita. Después el recuerdo, la nostalgia de la belleza, la esperanza de que la flor vuelva a nacer.

Infinitos recorridos por este camino de ir al joyero a buscar la joya que falta. Cada recorrido con su propio invierno y su primavera.

Así escuché la conferencia de ayer. Como la búsqueda de un lenguaje inspirado en una igualdad que florezca en justicia, el nivel en el que se juega la única humanidad que merece ser considerada como tal.
Escuché tras las palabras "lenguaje inclusivo, borrar el racismo", una demanda dirigida a un otro que se esconde en una oscuridad enigmática e inquietante, cuando es tiempo de sacarlo a la luz.


Pareciera que ciertas formas de belleza -la poesía, la música, la joya que es palabra que sienta bien -como hacen las semillas- se alimentan de un compost -el dolor subjetivo-, y que cuanto más antiguo es el compost más fértil la cultura: Candombe uruguayo, un legado que es testimonio.

Es un enigma.
La vida es un enigma.
El profundo sentido de la existencia humana es un enigma.
Materia poética. Peripecia que busca construir la paz de la propia existencia a través de un bien decir, en cuya falla se aloja la música.
Así experimenté la búsqueda en la que participé ayer en la Casa de la Cultura Afrouruguaya, donde se habló del lenguaje inclusivo, de la búsqueda de una palabra que borre el dolor.

Una palabra de amor.



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