martes, 20 de marzo de 2012

SHAME (Steve McQueen)

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Alberto Estévez

La película de Steve McQueen deja muchas cosas a las que dar vueltas, personalmente ha habido una que me inquieta, porque no me satisfacen las tentativas de respuesta que le doy, es el título, Shame, que tiene como una de sus posibles traducciones la palabra vergüenza.
Me encuentro con dificultades para pensar la vergüenza en esta película. El atinado comentario de Sara sobre Brandon me ahorra tener que entrar en largas disquisiciones sobre el personaje, pero este tipo es el paradigma de la no vergüenza, casi un sinvergüenza, que aguanta la mirada más allá de los límites del pudor y las formas, pero no creo que eso permita juzgarlo como un descarado, claro que lo es, pero el descaro no resume lo certero de su proceder. Me inclino más bien por un “Savoir faire”, un saber hacer con esa mirada, que no es sólo sostenerla, es una mirada que escruta y propone ciertos términos que convierten al objeto de la misma en una presa a alcanzar, y ahí se resuelve un experto cazador, con la complicidad de su presa, requisito indispensable de las buenas cacerías.
Una película en la que todo parece estar colocado en su sitio, no hay detalle que se deje por fuera de la intención del director, ni siquiera el tema del grupo Chic, “I want your love” en su exquisito tocadiscos a un volumen atronador cuando retorna a casa y descubre que es su hermana la que ha “pinchado” esta canción, bueno, ¿quién si no? En este simple detalle encontramos dos mundos, dos posiciones; la hermana, huérfana de amor y buscándolo por doquier, y él, que no quiere saber nada de eso, de las debilidades, las fracturas, elige justamente vivir sin eso, al menos lo intenta, y parece haber encontrado una fórmula que se lo permite, consciente que puestos a hablar de debilidad quizá él se encuentre más cerca de lo que en un principio nos hacen ver.
Es por esto mismo que los múltiples encuentros sexuales que vemos en la película, la profusión de imágenes de alto contenido erótico no consiguen contagiar en el espectador nada de este orden, porque las relaciones sexuales no están tomadas en ese valor, más bien funcionan como la manera que elige Brandon para conjurar dicha debilidad, su debilidad, es un empuje sexual que intenta aniquilar la dimensión más humana del sujeto, la de su falta constitutiva, la carencia que lo afecta en el corazón mismo de su estructura. No sé si esto nos da como resultado un canalla, Brandon más bien es un científico de la soledad, la ha estudiado a fondo y algo ha descubierto en ella: no conviene dejar pasar al otro de determinada línea, la distancia de seguridad se inventó para algo.
Quizá siguiendo esta línea argumentativa se puede situar un poco mejor el tema de la vergüenza, justamente aparece en la película en un momento privilegiado, Brandon llora, y esconde sus lágrimas avergonzado para que su jefe no las vea, llora ante la melancólica interpretación que su hermana hace del New York New York, sólo ella puede darle esa sombra a una canción tan luminosa, y esto lo rompe por unos momentos, se descompone porque en esa interpretación el pasado se echa encima, sus orígenes, el lugar del que proceden antes de llegar a esta ciudad se ha hecho omnipresente, y con ese recuerdo queda liberado el dolor, al menos momentáneamente antes de intentar recomponerse. Es muy paradójico que sólo tengamos un dato del pasado de ambos, el que nos da su hermana como al pasar, y sin embargo comprobemos el terrible peso que dicho pasado ejerce sobre nuestros dos hermanos protagonistas a lo largo de las secuencias. Ahí es donde podemos situar sin tantos ambages la vergüenza, como manto conveniente que recubre esa zona de su vida que necesita tener tapada, si por él fuera, desaparecida. Vergüenza en su cita con Marianne, en sus dudas al entrar al restaurante, en sus titubeos con la carta, o con la conversación con esta mujer a la que está permitiendo adentrarse un poco más allá. Vergüenza por el “gatillazo” cuando a la hora de la verdad el peso del pasado hace detumescente su órgano fálico, por mucho que él pudiera intuir que algo de esto iba a ocurrir y se administrase un “plus” para abordar un encuentro sexual de condiciones no tan mecánicas ni atléticas, un encuentro más recortado por las palabras, en el que los ojos de Marianne parecen vibrar pero no sólo de deseo. Brandon tiene un problema.
Todo esto arroja un saldo muy interesante, y dos lecturas sobre un mismo personaje; Brandon puede ser considerado como un prototipo envidiable para todo varón, un verdadero tigre, uno de esos tipos que donde pone el ojo pone la bala sin que haya posibilidad de que se le resistan, o no mucho, y otra lectura es la de un pobre enfermito, eso sí, muy conocedor de sus limitaciones y sabedor de cuál es el terreno que debe pisar y por dónde no conviene aventurarse, bien orientado podríamos decir en un punto. Se puede objetar si esa espiral de adicción sexual en la que se encuentra tiene un carácter destructivo para el sujeto, pero en todo caso la dimensión de la autodestrucción está mucho más presente en su hermana que en él, y ya desde niña. En suma, un sujeto nada envidiable, un sujeto que porta un fuerte estrago, el que ha provocado su pasado, y que lo recluye casi únicamente al goce de la pantalla. Absténganse amantes de historias Disney, aquí no hay promesas de felicidad, familias sin mancha ni voluntades que todo lo pueden; sencillamente, hay sujetos que no pueden amar, lo bueno es que Brandon eso lo sabe.
Hay una última escena bien elocuente, que es repetición de otra al principio de la película, sólo que en ella la mirada de Brandon es otra, no parece concentrar el ansia depredadora, pero tampoco está claro cómo pensarla. Un amigo dice que ahora sí que hay que temerlo, yo no estoy tan seguro. Escojo traducir Shame como Pena, en lugar de vergüenza, y leer en los ojos del genial Fassbender este registro, algo se ha colado por algún agujero y ahora no va a ser tan fácil saltar del asiento para ir tras la presa sin preguntarse ¿qué es lo que estoy haciendo?

(19 de Marzo de 2012)

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