Una
experiencia poética.
Al
tesoro del lenguaje le falta una joya.
Sara
Veiras
Ayer
estuve visitando Montevideo y tuve la oportunidad de conocer un lugar
maravilloso. Me invitaron a la Casa de la Cultura Afrouruguaya
ubicada en Minas con Isla de Flores.
Participé,
sin esperarlo, en una conferencia donde se debatieron las cuestiones
del lenguaje inclusivo y el otro, vinculado al racismo. La
conferencia tuvo un contenido dialéctico y visual muy interesante.
Por
lo tanto quedé pensativa y, como poeta, trasladé la experiencia a
mi propio lenguaje: el poema surge a partir de la impresión que deja
una experiencia que conmueve.
Me
dije, están buscando la palabra que borre el dolor, es más, cuanto
más la buscan más se arriesgan a reavivar el dolor. Esta es una
experiencia poética en toda regla. Aquí tengo algo que decir, que
también es mi forma de agradecer -fui acogida con muchísimo cariño,
quizás como sólo puede ocurrir en Montevideo-.
La
historia tiene su precedente, me acerqué allí con la intención de
hablar de música, el hogar en el que me refugio cuando ese cofre de
joyas que es el lenguaje me escatima la palabra que me falta y que
conseguiría alojarme.
Sin
embargo encontré una comunidad en lucha por borrar el racismo de las
mentes y que, en el intento de encontrar la palabra que pueda
representar su diferencia desde el respeto, encuentra escollos
inesperados.
Esta
es la vertiente que quiero desarrollar en la presente reflexión.
¿Cómo
hacerlo aportando mi propia diferencia, quiero decir mi forma
particular de relación con un lenguaje por el cual también estoy
herida -empujada a la poesía- y del cual espero una representación?
Para
desplegar este drama imaginé un cofre de joyas en el cual falta una,
la que falta tiene un valor especial justamente por ser la que falta.
La poesía es el intento más radical que conozco de encontrar esta
joya-palabra, la música es el invento más certero que concibo para
fabular que se la ha encontrado y que se disfruta de ella en un
instante de olvido, que no esta acotado ni por el espacio ni por el
tiempo.
El
hilo de esta reflexión me conduce a tres momentos:
1-
Un tesoro -el lenguaje- donde falta una joya.
2-
Poesía: lo inevitable de buscar esa joya -la palabra que borre el
dolor y a la vez represente al ser en su veracidad-.
3-
Música: la fabulación del encuentro, un placer efímero aunque
reparador y que deja una huella imborrable.
Ayer
me vi inmersa en una experiencia poética, como dije, y este es el
pivote desde el cual haré bailar mi voz. Yo elijo la poesía porque
es rumbo a lo desconocido y considero que algo de desconocido tiene
el lugar donde podría encontrarse esa joya que buscamos.
Joya(
)Ítaca, diría pensando en Kabafis.
Tengo
entre mis manos un joyero, luzco las joyas, algunas me sientan bien
pero en una mala hora me las roban, me aguijonea la nostalgia, vuelvo
a buscar, no encuentro lo que quiero, pruebo y pruebo, alguna puede
ser pero algo me incomoda, descubro que no luzco como aquella vez,
como merezco, la imagen revela una falla, una incomodidad, la joya no
satisface mis deseos. Es más, hay otros espejos, miradas, ojos que
miran torcido, que me mortifican señalando mi joya como fea.
La
inquietud es profunda, es la mía propia y la de mis ancestros.
Personas del África Subsahariana esclavizadas en tiempos de barbarie
que llegaron a estas tierras traídos a la fuerza, desde el otro lado
del agua y de la cultura.
¿Tiene
esta herida una posibilidad real de sanar?
A
esto no puedo responder, sin embargo creo que es importante seguir la
huella de esta herida como motor de una búsqueda que tiene efectos
valiosos.
Esta
herida marca una huella cultural que es huella de lenguaje, pues
cultura y lenguaje son las dos caras de esa joya que es digna de
representar al propio ser.
Vuelvo
a la experiencia poética pues considero que el paralelismo es
revelador:
La
herida abre en lenguaje y el lenguaje abre en poema. Palabra en la
que se puede leer el destino en su emoción.
La
herida supura en lenguaje, como el capullo abre en flor, en flor
hermosa, en flor que cambia, que se marchita. Después el recuerdo,
la nostalgia de la belleza, la esperanza de que la flor vuelva a
nacer.
Infinitos
recorridos por este camino de ir al joyero a buscar la joya que
falta. Cada recorrido con su propio invierno y su primavera.
Así
escuché la conferencia de ayer. Como la búsqueda de un lenguaje
inspirado en una igualdad que florezca en justicia, el nivel en el
que se juega la única humanidad que merece ser considerada como tal.
Escuché
tras las palabras "lenguaje inclusivo, borrar el racismo",
una demanda dirigida a un otro que se esconde en una oscuridad
enigmática e inquietante, cuando es tiempo de sacarlo a la luz.
Pareciera
que ciertas formas de belleza -la poesía, la música, la joya que es
palabra que sienta bien -como hacen las semillas- se alimentan de un
compost -el dolor subjetivo-, y que cuanto más antiguo es el compost
más fértil la cultura: Candombe uruguayo, un legado que es
testimonio.
Es
un enigma.
La
vida es un enigma.
El
profundo sentido de la existencia humana es un enigma.
Materia
poética. Peripecia que busca construir la paz de la propia
existencia a través de un bien decir, en cuya falla se aloja
la música.
Así
experimenté la búsqueda en la que participé ayer en la Casa de la
Cultura Afrouruguaya, donde se habló del lenguaje inclusivo, de la
búsqueda de una palabra que borre el dolor.
Una
palabra de amor.
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