Después de leer El bosque petrificado de Robert Sherwood (1926) y analizar los paralelismos entre esta obra de teatro -citada en el primer capítulo de Vía revolucionaria-, y la novela de Yates, compruebo que el tronco argumental es el mismo: pioneros que fracasan, artistas que no dan fruto, mujeres que quieren huir a Francia y mantener a un hombre para que él pueda crear y no ellas, lugares fuera del mundo donde no hay nada que hacer, frustración, suicidio. En resumen, la tan manida era de la ansiedad y del fracaso del sueño americano explicado con profusión de detalles.
De
esta forma magistral lo pinta Yates en una de las páginas de la
novela:
Connecticut,
años cincuenta. El riego automático, el televisor con sus eternos
dibujos animados, el cortacésped, las plantas, el centro comercial,
la “sana alegría vecinal”… Estados Unidos, “la capital
psiquiátrica y psicoanalítica del mundo… la nueva religión, el
chupete intelectual y espiritual de todos… Es como si hubiera un
tácito acuerdo colectivo de vivir en un estado de autoengaño
absoluto. ¡Al cuerno la realidad! Disfrutemos de un montón de
bonitas carreteras y de bonitas casas pintadas de blanco y de rosa y
de azul cielo; seamos buenos consumidores y que exista una gran
uniformidad, y eduquemos a nuestros hijos en un baño de
sentimentalismo (papá es un gran hombre porque se gana la vida, y
mamá es una gran mujer porque ha aguantado a papá todos estos años)
y si la realidad aparece un día y nos mete miedo, todos estaremos
muy ocupados y haremos ver que no pasa nada”.
El
fracaso de este sueño ya esta planteado en El bosque
petrificado: frustración, quejas, deseo de otra cosa. De escapar
de allí para ir a Francia. Pero, ¿qué hay de nuevo en la novela de
Yates?
Lo
nuevo son los hijos no deseados.
En El
bosque petrificado ya hay un antecedente, Gabrielle, hija
abandonada por una madre francesa (magnífico guiño de Yates. April
iría a Francia para huir de la tragedia y allí encontraría lo
mismo).
Pero
en la novela de Yates los hijos no deseados están por
todas partes y los estragos producidos por la relación con sus
progenitores alcanzan un grado de sufrimiento y amargura que llevan
al psiquiátrico, o a la muerte, aunque se tengan
las condiciones materiales para disfrutar de una vida
feliz.
Entre
los diferentes personajes de la novela los casos de April y de John,
el hijo de los Givings, resultan extremos. Es natural que entre ellos
surja una complicidad especial marcada por esa lucidez mortífera
que rehuyen los otros. April y John leen el reverso de los hechos y
van al grano hasta el punto de pasar al acto. Sus puestas en
escena son irreversibles: April con un intento de aborto y John con
una posición de loco digna de un psiquiátrico. ¿Dadas las
circunstancias les queda otra opción en un mundo de seres ocupados
donde se hace ver que no pasa nada? Es indiscutible que en esa
situación solo puede conmover un gran espectáculo.
John
habla hasta la saciedad sobre este tipo de hijos no deseados, saca a
relucir una verdad que solo April acepta oir. A Frank le dice: le
haces una barriga para no irte a Paris con ella. A April, señalando
su vientre con el dedo. Sé una cosa: No quisiera ser ese hijo.
Y
así continúa el pobre John, que obviamente sabe de esto por propia
experiencia: Le meterán en el cajón de una cómoda y le darán
leche agria para mamar… ese niño tendrá menos posibilidades que
el perro de un vagabundo.
En
la pareja hay una pregunta constante sobre el sentido de la vida, en
Frank al menos la hubo en su juventud. Ese sentido tiene que ver con
dar fruto, con crear una obra. Ilusión a la que April no renuncia.
Podemos
sospechar que la caída en un sinsentido que los desgasta es la razón
que la lleva a tomar una decisión tan peligrosa. Ella no quiere más
hijos no deseados, ni más trabajos no deseados, ni más vida no
deseada, porque por fin ha comprendido que allí esta la raíz de una
infelicidad irreparable. El hilo conductor hacia una larga cadena de
generaciones vencidas por la frustración, que agonizan en una
existencia yerma.
Ya
se hablaba de esto en El bosque petrificado, citando al
poeta François Villón: "En tu campo la semilla de mi
cosecha crecerá. Le he dado un suelo yermo a esa semilla... pero tú
le darás fertilidad, la harás crecer y dar fruto."
Dice
Alain en la obra de Sherwood antes de morir en los brazos de
Gabrielle: "Lo sé, pero debes creer y recordar... porque es mi
oportunidad de sobrevivir... Te hablé de ese gran artista que está
oculto en mí. Te lo transfiero a ti."
¿Acaso
April, con su muerte, no abre esa Vía revolucionaria en Frank, que
no volverá a ser el mismo ni como padre ni como hombre?
De
hecho en la escena del parque, cuando ya ha muerta April y Frank queda a cargo de sus
hijos, no lo vemos mirarse al espejo como solía hacer, mira un intervalo
vacío que se ubica entre él y sus hijos jugando.
Ella
rompe con su acto una repetición, al menos en la vida de Frank, que
no podrá hacer como propone la cita del comienzo: "...eduquemos
a nuestros hijos en un baño de sentimentalismo (papá es un gran
hombre porque se gana la vida, y mamá es una gran mujer porque ha
aguantado a papá todos estos años)..."
En
el comienzo de la novela se anticipa el final: "Estoy llena
de vida, y tengo ganas de salir y hacer algo absolutamente loco y
maravilloso...” , dice April mientras actúa en El
bosque petrificado.
La
obra de teatro empieza bien, igual que su relación con Frank (llena de hermosos
deseos), pero April, al comprobar que los Laurel Players y Frank, le
fallan, se viene abajo.
No
en vano las últimas palabras de April, ya terminada la novela,
hablan de algo que ha sabido desde siempre: que para hacer algo
absolutamente serio, algo de verdad, al final resulta que tienes que
hacerlo tú solo.
¿Cuándo
aprendió April esto?
Lo
aprendió de niña, y lo aprendió de sus grandes maestros: sus
propios padres que la abandonaron apenas nacer.
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