domingo, 26 de enero de 2020

Ella y Onorato

Ella y Onorato se conocieron en la parada del autobús.
Onorato:
Perdone, señorita, ¿sabría decirme cómo llegar al cielo?
Ella:
No entiendo. ¿Cómo ha dicho?
Onorato:
Disculpe, he querido decir "centro". ¿Sabría decirme cómo llegar al centro?
Ella lo miró desconcertada pero le gustó lo que vio. Onorato llevaba una corbata de seda azul.
Ella:
Yo voy para el centro, puede seguirme.

Onorato, tan amante de las palabras como obediente de su significado, se dedicó a seguirla del autobús a la parada hasta que un día, después de esperar el autobús demasiado tiempo, la invitó a compartir un taxi.
Ella:
Fíjese Onorato si seré distraída, olvidé que hoy es primero de mayo. Podría haber pasado todo el día esperando el autobús.

Volvieron a compartir otro taxi y Onorato, alentado por la intimidad, la invitó a cenar. Eligieron un restaurante francés.
Ella:
Hábleme de usted, Onorato.
Onorato, anclando el temblor de sus manos en el nudo de la corbata de seda azul, dijo:
Yo busco la hazaña sensorial… El estampido de sencillez...
Hipnotizada por las palabras o por la perfección del nudo, que no perdió de vista, ella se sumergió en una nube que fue tomando forma de promesa hasta que los interrumpió el camarero:
Aquí tienen la cena, que les aproveche.

Desde aquel encuentro la relación marchó impulsada por esparcimientos poéticos como los de aquella noche. “Como un Sísifo... en tu misterio... ruedo”, decía Onorato en un momento cualquiera con una entonación que a ella le caldeaba la sangre. Pero, pasado el tiempo, las cosas cambiaron. 


Ella:
El amor es ilimitado en sus posibilidades, tanto que puedo quedarme a tu lado por amor, o irme y dejarte impulsada por el mismo sentimiento.
Onorato, evitando, como hacía siempre, ir al grano: 
Tus generosidades, mujer… Yo me persigno caminando entre púas-lenguas sin otra coordinación que lo inverosímil.
Ella, angustiada frente a tanto hermetismo: 
Te sientes solo, por eso me buscas. ¿O será al revés, me siento sola y por eso te acepto? No sé, dirías tú. Y yo diría: esa no es una respuesta, trata de hablarme con claridad Onorato y dime ¿qué soy para ti? ¡Necesito saberlo! Perdí la paz al conocerte. También perdí la cabeza. Ahora no hay ley en mi mundo. Vivo sin reloj y sólo a veces recupero la sensatez, aunque mis buenos propósitos son efímeros porque cuando tú me hablas… Tu voz es un altar frente al cual me reclino casta como una niña, esperando resurgir iluminada.
Onorato, sin saber qué decir, recurre a la música:
"Hay una puerta niña / Que la llaman del amor / Donde bailan los luceros / Y la luna con el sol" *
Ella desea bailar, atravesar esa puerta y ser la luna: 
¿Bailamos?
Onorato: 
No sé.
Ella:
¡Ah, no! No sé es una batalla perdida, mi amor. Yo bailo contigo, no con tu saber. ¿Comprendes?
Onorato masculla:
Ojalá pudieras comprenderme tú.
Ella:
Me encantaría, pero es tan difícil. Yo ya no pienso, corro volcánica, deseosa de erupcionar.
Onorato:
Irrefrenable estampida de alma en pos de su amor.
Ella:
Irrefrenable potra, dirás. Una potra que relincha en mi vientre. ¡Mi temperatura, Onorato, si tú supieras!
Onorato, conmovido, la calma. Vuelven a atravesar fronteras de no sé, y llegan a un lugar donde todo canta. Ella lo acaricia, luminosa como los luceros.
Te amo, Onorato. Eres mi sol.

"Todos los sueños marchan en silencio devorados por el clamor del instinto", piensa Onorato, pero esta vez se abstiene de decirlo.
Ella se reclina sobre su pecho, llegó la hora de dormir. Por ahora también dormirán las palabras.


Él la ata por el tobillo con su corbata azul.

*(canción de Triana)

No hay comentarios: